¿Sabéis esas películas que muestran una familia, de puertas para dentro, en la que todo va como el culo pero los padres o uno de ellos se ocupan de mantener una imagen idílica de puertas para fuera a base de palos, castigos y amenazas? Familias en las que todos parece que sonríen siempre, que tienen la mejor finca allá en Missouri, con una casa deslumbrante, los mejores coches y las mejores ropas, los domingos a misa, las hijas son las mejores de clase y luego dentro todo son palos y abusos. Pues esto es lo que la sociedad capitalista y consumista hace con nuestro psiquismo.
Foucault decía en La historia de la locura en la época clásica que «El orden de los estados no tolera ya el desorden de los corazones». Y así andamos hasta el presente, con cambios sutiles, pero así andamos, esta sociedad no tolera estados que vayan más allá de la alegría o la lucha por la consecución de objetivos. El capitalismo nos quiere dando palmas hasta con el coño (a las personas que no tenéis coño también os quiere dando palmas con todo lo palmeable). Y es que para mantener un sistema que no funciona no podemos parecer tristes, debemos estar alegres de las «posibilidades» que nos otorga este padre maltratador y, lo más importante, hacer ostentación de ello para que los vecinos nos envidien y traten de subir la apuesta.
La mentira más perversa de todas es hacernos creer que cuando consigamos nuestros objetivos seremos felices. De esta forma en lugar de concentrarnos en el problema nos dedicamos a poner parches en forma de bolsa de Zara, Mango, o si tienes muchas ganas y tesón de Maria ke Fisherman o Palomo Spain. Esta idea de la felicidad es un fraude. El capitalismo es un padre para el que tú nunca vas a ser suficiente. Estamos de acuerdo en que por muchos concursos de belleza que gane la hija mayor, no va a conseguir la aprobación del padre ¿verdad?
Por supuesto que el ser humano siempre ha perseguido la felicidad pero siempre y cuando las necesidades básicas para nuestro bienestar estén cubiertas. Y ni conseguir objetivos es felicidad ni, desgraciadamente, tenemos todos las necesidades básicas cubiertas. Inserto aquí recordatorio de que las necesidades básicas no son solamente materiales. Es difícil vivir en la precariedad de la incertidumbre laboral y del aislamiento social y encontrar la felicidad es un chandal con bling bling. Pero eso es lo que se nos dice una y otra vez, que por muy mal que nos vaya en la vida, que por muy mal montado que esté el sistema y aunque cada vez tengamos menos tiempo y ganas para comprometernos con una red social que nos haga sentirnos protegidos, y aunque cada vez cobremos menos y paguemos más de alquiler, luz y agua, cuando consigamos eso que creemos que anhelamos, lease cosas nuevas, ropa, casa, viaje, curso, profesión, etc., vamos a conseguir ser felices y calmar nuestra angustia.
Y, ¿de quién depende todo esto? Según ellos depende exclusivamente de ti, de tus ganas de comerte la vida, de tu actitud, porque para la sociedad capitalista todo depende de la actitud, no de tus orígenes, de tu idiosincrasia o de los privilegios que no tienes, no, todo es cuestión de mérito y actitud. Y si no funciona no es culpa del padre, joder, es que sus hijas no son suficientemente buenas, no te flipes.
Entonces nos creemos que podemos conseguirlo con esfuerzo y nos damos cuenta de que si no sonreímos no somos nadie y nos dedicamos a ensalzar nuestra felicidad en las redes sociales compitiendo con todo dios por atención y por demostrar que tú lo petas más. Y como no nos dejan mostrar otro tipo de emociones porque eso es de gente chunga, la rabia y el odio se nos escapan, lógicamente, por las costuras de nuestro muro de Facebook y nos dedicamos a insultar al primero que se nos ponga por delante, porque amigas, la inquina tiene que salir y si no sale revientas. Eso sí, a nuestro jefe le hacemos una burbujita de amabilidad vaya a ser que le dé por mandarnos a la calle sin finiquito. Es entonces cuando el padre maltratador ha conseguido hacernos sonreír y convencer a todo el vecindario de que nuestra casa es el paraíso casi sin necesidad de quitarse el cinturón para azotarnos.
Y así acabamos reventando toda la familia, claro, y la finca de Missouri acaba de sangre tan hasta arriba que esto no lo limpia un coach ni con cien años de Mindfulness.