El diagnóstico como jaula

09-septiembre-2016


anxious -


Todos suponemos que el diagnóstico en psicoterapia es una herramienta terapéutica que nos sirve, tanto a los psicólogos como a nuestros pacientes, para acotar los problemas a tratar y que así nos resulte más sencillo atajarlos.

Pero el caso es que esta afirmación dista bastante de ser cierta y en muchos casos me atrevería a decir que puede incluso resultar contraproducente.

La identidad como jaula

Desde el momento en que se emite un diagnóstico en psicoterapia, ni el receptor ni nosotros somos capaces de evitar incorporarlo de alguna manera a la identidad de esa persona.

La identidad es un conjunto de características bastante rígidas que definen nuestra posición frente al mundo. Es la piedra angular sobre la que se toman muchas de las decisiones y sobre la que se basa nuestro comportamiento y nuestra sensación de control y de coherencia con lo que somos.

Cuántas veces hemos escuchado ese “qué le voy a hacer, yo soy así”… Es justo a esto a lo que me refiero cuando afirmo que la identidad es un conjunto de características rígidas, que en muchas ocasiones y de forma no totalmente consciente, se convierten en una excusa para no cambiar, para no dar un paso más.

Diagnóstico en psicoterapia como sentencia

Podemos deducir que cuando una persona se considera depresiva o maníaca o paranoica, por ejemplo, el diagnóstico ha echado raíces en su identidad, reduciendo así enormemente las posibilidades de que el problema, transitorio en la mayoría de los casos, pueda ser superado. Quien se cree depresivo actúa como cree que debe actuar una persona depresiva.

El diagnóstico en psicoterapia es, además, algo muy relativo, ya que su naturaleza siempre va a depender del profesional al que hayamos decidido visitar. Psicoanalistas, psicólogos conductistas, humanistas o sistémicos siempre pondrán distintos nombres a una misma dolencia. Si tratamos con buenos profesionales esto no importa: conseguiremos resolver nuestros problemas aún partiendo de diagnósticos diferentes. ¿Es acaso entonces importante para nosotros conocer el nombre que un profesional le ha puesto a nuestro malestar?

¿Patología o reto?

Vivimos una época en la que se tiende a diagnosticarlo todo. Diariamente se diagnostican muchísimas patologías mentales que, bajo mi punto de vista no lo son, sino que forman parte de la problemática más natural del día a día, de la gestión de situaciones nuevas o dolorosas, de la propia dinámica de la vida.



Asegura Deleuze que una salud menos favorable favorece el pensar, porque pensar es hacer contacto con la vida, y quien se siente cerca de la fragilidad y la vulnerabilidad, que realmente siempre forman parte de nuestra existencia, se siente más cerca de la vida y sus proceso vitales.



No debería entonces suponer un problema el sentirnos cerca de la fragilidad y la vulnerabilidad en situaciones que nos avocan a sentirnos de esa manera. No es posible estar siempre arriba. Son precisamente los momentos en los que nos sentimos vulnerables los que nos hacen buscar estrategias nuevas para superarlos y salir reforzados tras aprender nuevos trucos con los que navegar nuestra existencia.

Confundir problemas con patologías es un lastre que impide su resolución. Identificarnos como enfermos o portadores de patologías mentales no nos otorga recursos con los que enfrentar cambios vitales que duelen pero que también nos motivan a crecer.

¿No es hora de que los profesionales de la salud mental reflexionemos sobre nuestra necesidad de diagnosticar, catalogar y clasificar todo tipo de comportamientos como patologías? ¿Nos hemos parado a pensar en el lastre que estas etiquetas pueden suponer para la vida de nuestros pacientes?



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