En el imaginario común no queda bonito ser una loca. No creo que existan en el mundo muchas mujeres a las que no les hayan insultado alegando que se les va el pistacho. Desde la cultura dominante, llamémosla patriarcal, pero también neoliberal, normativa, desigual e hiperproductiva, las mujeres que salimos de lo normativo hemos sido siempre unas locas.
Las que nos cabreamos mucho, las que queremos corrernos todo el rato, las que no queremos casarnos, las que gritamos cuando algo nos emociona, las que queremos follar con mujeres; todas nosotras hemos sido unas colgadas para los que nos miran desde fuera.
Obviamente muchas de nosotras desafiamos la articulación de un mundo de opresiones sólo con nuestra manera de estar en él. Llamándonos locas se le da un patadón a cualquier cosa que hagamos o digamos.
Ya desde pequeñas aprendemos la cantinela de que las mujeres tenemos una mayor inclinación hacia la locura; las narrativas culturales están llenas de mujeres a las que se les fue la olla. Y puede ser cierto que las mujeres estemos más locas; los datos así lo reflejan. Aunque no puedo evitar pensar que la historia de la locura ha sido escrita por hombres y que los mismos datos también hablan de un sesgo de género a la hora de establecer diagnósticos. Pero si así fuera, si las mujeres estuviésemos más locas, tendríamos que preguntarnos qué coño está pasando. A estas alturas espero que nadie piense que se trata de un asunto biológico.
La compañera Ianire Estébanez, psicóloga y sexóloga, arroja un poco de luz sobre la cuestión: “Nos llaman desbordadas, pero ¿cuánto de esta depresión, de esta ansiedad, tiene que ver con vivir en una sociedad que nos sigue exigiendo ser para otros en lo privado, cuidar a los demás, a la vez alcanzar metas y objetivos en el mundo del trabajo y lo público y estar perfectas, sonrientes, empáticas y sensibles siempre, mientras los medios, la cultura, las estructuras y las relaciones de poder nos oprimen, nos presionan, nos violentan”.
Según datos de la asociación Fedeafes, una de cada tres mujeres europeas ha sufrido violencia: el 43% de estas mujeres ha sufrido violencia psicológica dentro de la pareja y 7 de cada 10 mujeres en el mundo sufrirán violencia física o sexual. Esto es lo que nos remueve las tripas a las feministas que luchamos por conseguir un mundo libre de violencias.
Históricamente existe una gran lucha dentro del feminismo para sacar a la luz las secuelas que tanta violencia recibida tiene en nuestra salud mental, secuelas que muchas veces se traducen en las llamadas enfermedades mentales. Pero también se lucha para que no se nos llame locas por querer cambiar las cosas. Se lucha para que no se deslegitime nuestro discurso con la excusa de la locura. Y a mí esto me parece muy bien y a la par una mierda.
En el momento en el que las feministas decimos que no estamos locas, que sabemos lo que queremos, estamos también insinuando que las locas no lo saben. Es en ese momento, y quizá sin darnos cuenta, cuando muchas feministas trazamos una línea a partir de la cual las locas quedan fuera. Quizá debamos plantearnos que la cuestión no es tener miedo a caer en el saco de las locas sino de luchar para que los derechos de las locas sean los mismos que los de las cuerdas. Si la palabra de las locas se respetara no se nos podría atacar con la locura para deslegitimarnos.
“Cuando la OMS despatologizó la transexualidad en 2018 me sentí muy feliz por mis compañeras transexuales pero también me sentí muy sola como esquizofrénica porque ahora ellas se habían bajado del carro de las locas, ya no tenían que luchar por nuestros derechos, ahora su lucha y la nuestra era diferente. Las locas nos quedamos aún más solas en nuestra cruzada por un trato que respete los derechos humanos”.
Quien nos habla es Sole*, feminista y activista loca diagnosticada de esquizofrenia desde hace 17 años: “Desde los feminismos se están dando muchos pasos para dejar espacio a nuestra palabra y trabajar junto a nosotras. 2019 fue el año del cambio, así lo veo yo. En ese año, en el argumentario que se escribió desde el 8M se nos nombró por primera vez pero también nos hemos sentido muy solas, por ejemplo en lo que concierne al feminismo institucional desde el que no se nos tiene para nada en cuenta”.
Hace unos meses vi un documental sobre feminismo en España llamado Qué coño está pasando en el que, en un intento absolutamente fallido de hacer un mapa de la situación de los diferentes feminismos en nuestro país se daba voz a feministas con diferentes perspectivas y atravesadas por diferentes opresiones. En este documental aparecen feministas abolicionistas, prosex, activistas de calle, feministas institucionales, se le dedicó un tiempo mínimo, pero se le dedicó, a feministas antirracistas o trans, pero no apareció ni una loca. Me parece algo muy duro teniendo en cuenta el flagrante nivel de opresión y violencia que vive este colectivo
Porque tenemos que decir que en los internamientos psiquiátricos se vulneran, brutalmente y por sistema, los derechos humanos. En el imaginario social los locos son violentos pero en el mundo real los y las locas son uno de los colectivos que más violencia recibe.
La escritora feminista Kate Millett dice en el prefacio de su libro Viaje al Manicomio: “Ésta es la crónica de un viaje a ese estado de pesadilla, esa condición social, esa experiencia de destierro y confinamiento que se asocia con la locura. Voy a contar lo que me sucedió a mí, porque contarlo funciona como una especie de exorcismo, una recuperación y reivindicación del yo, al revivir lo ocurrido”.
Desde el feminismo mainstream se habla poco o no se habla de que los psiquiátricos son lugares donde no se respetan los derechos humanos. No se habla de la medicación forzosa, de las contenciones mecánicas o de las esterilizaciones forzosas.
Las contenciones mecánicas definidas por el movimiento #0contenciones: “son una práctica común en las unidades de psiquiatría del estado español y otros países que consiste en atar a una persona a la cama con correas, sujetándola de la cintura, muñecas y tobillos, para impedir que se mueva libremente.
La persona puede permanecer atada durante horas o incluso días, dependiendo de la decisión del personal sanitario. La contención en el estado español se suele practicar de forma opaca y no controlada (no es posible acceder a registros donde se explique quién es atado, por quién, por qué, durante cuánto tiempo ni cómo) y en caso de secuelas graves o mortales, queda impune”
“A las feministas se nos llena la boca diciendo que lo que no se nombra no existe, pues bien, la locura no está siendo nombrada todo lo que debería, tampoco desde los feminismos, y cuando la nombramos se nos silencia porque la palabra de las locas no tiene validez a nivel social”. Así lo siente Amanda que hace 3 años fue diagnosticada de trastorno bipolar y ya lleva dos encierros a sus espaldas.
“Cuando te encierran suman un trauma al trauma que ya traes tú de casa. Yo viví un abuso sexual dentro de mi familia en la infancia que me ha hecho pasar la vida sufriendo. En mi entorno familiar mi dolor ha sido invisibilizado porque no se ha querido mirar hacia el abuso. Todo esto desembocó en una ruptura dentro de mi cabeza. Sufría tanto que mi cabeza se escindió y entonces lo que pasó es que se me ató, se me medicó a la fuerza y se me encerró. Que la gente que supuestamente tiene que velar por tu bienestar te ate a una cama durante horas y te mediquen tanto que no sabes donde estás es tan difícil de asimilar como el abuso que viví en la infancia”.
Pero gracias a muchos esfuerzos el activismo loco se está abriendo paso y cada día hay más colectivos e iniciativas que así lo demuestran. Estos días he tenido la suerte de ver el documental Zauria(k), que constituye un espacio en el que nueve mujeres hablan de locura, malestares, salud mental y de opresiones en primera persona tratando de mostrar la intersección entre el sufrimiento psico-social y las vivencias de género.
Cuando escuchas a estas mujeres explicar cómo funciona su sufrimiento es fácil comprender todo lo que se ha de comprender sobre su locura. No hace falta más. Y entonces me pregunto porque tenemos tanta dificultad para dar validez a la palabra de las locas, por qué nos resulta tan difícil hacerle un hueco a los delirios, dolores y ansiedades.
“Es el miedo, da miedo hablar de locura, da miedo escuchar a las locas porque somos nosotras las más sensibles a las opresiones y te vamos a decir cosas que nadie quiere escuchar y vamos a pedir cosas que nadie nos quiere dar. Es como si nuestro radar a lo que no está bien en la sociedad fuera más fino que el de los demás”, responde Amanda.
Una de las participantes en el documental, la activista Asun Lasaosa dice en un texto publicado en El Salto que “es importantísimo señalar que hay también voces que deben ser escuchadas a la hora de establecer una estrategia para los cuidados. Es la voz de las propias personas diagnosticadas, que reivindicamos nuestro derechos a participar en la toma de decisiones que afectan a nuestra salud. Sabemos mejor que nadie lo que nos viene bien y lo que nos viene mal. Y no queremos nada sobre nosotras sin nosotras”.
Es el momento, amigas feministas, de revisar nuestro cuerdismo. El cuerdismo, para quien no lo sepa, describe la opresión y discriminación sobre una característica o condición mental concreta o supuesta de una persona. Nos revisamos el machismo, la putofobia, la gordofobia, comenzamos a revisarnos el racismo, el clasismo, etc. pero al cuerdismo parece que nunca le llega la hora.
Tengo amigas muy concienciadas y muy feministas que están continuamente usando la palabra loca como broma o insulto, tengo compañeras de profesión feministas que aún dicen a sus pacientas lo que creen que es mejor para ellas, sin dar validez a su relato porque “está brotada”, hacemos bromas sobre tener alucinaciones o escuchar voces…
Para saber qué oprime a las locas y qué necesitan hay que preguntar y escuchar. Esto, tan sorprendentemente obvio, me lo dijo una amiga diagnosticada hace ya bastante tiempo y creo que deberíamos repetírnoslo a modo de mantra, de tan simple y tan complejo.
Por su parte, la activista Nagore Iturrioz dice: “el cuerpo es un campo de batalla pero también es agente, un lugar de empoderamiento desde donde crezco. Somos transgresoras y revolucionarias, también como locas, pero padecemos y sufrimos y eso no se puede olvidar” y es que ponerle voz al sufrimiento: que los demás puedan y quieran escuchar lo que sentimos es lo que conduce a la verdadera construcción de un mundo común en el que quepamos todas.
Gracias a las mujeres que nos han regalado sus historias para escribir este artículo.
>Ilustración de Eduard Taberner Pérez
>Artículo publicado originalmente en VICE