Las ideas políticas no te protegen de tus emociones

05-junio-2018


mis ideales políticos no me protegen de lo que siento - Mis ideales políticos no me protegen de mis emociones. Fotograma de la serie Please like me.


Durante muchos años he sido lo suficientemente ingenua como para pensar que es posible cambiar el mundo gracias a las ideas simplemente dejando de lado mis emociones. Que el hecho de tener buenas ideas, de evolucionar a nivel teórico y discursivo, me podría permitir dar grandes pasos hacia lo que considero un ideal político y filosófico sobre el que generar un mundo mejor. Y me he pasado media vida pensando y discutiendo con amigos sobre formas de llegar allí. Y oye, sea como sea, los avances teóricos son importantes, son importantísimos y es necesario que estas conversaciones ocupen diferentes espacios.

El problema aparece cuando no tenemos en cuenta qué pasa en nuestros cuerpos al poner en práctica lo que previamente hemos teorizado. Sin tener en cuenta el cuerpo y las emociones todo se va a la mierda bien rapidito y volvemos al modelo antiguo, sea cual sea éste, cagando hostias.

Ahora que el feminismo se compra en Zara

Ahora que el feminismo aparece hasta en las camisetas de Zara y no hay parcela de lucha social que no se haga eco de las batallas feministas es curioso ver como muchos de estos debates entran en lugares que nunca nos imaginamos que lo hicieran. Se ha avanzado en muchísimos aspectos, las luchas dan su fruto. El feminismo nos promete una fortaleza y un poder que se nos antojan lejanos: habla de igualdad de derechos, de formar parte en la construcción de la sociedad, de no hacernos cargo de los cuidados de forma exclusiva y obligatoria, de liberarnos de culpa, de liberarnos de las normas estrictas del amor romántico  y de muchas maravillas más. Cuando entramos en este mundo pensamos con ilusión que allá por donde pase el feminismo no volverán los viejos fantasmas. Y mira, la verdad es que las cosas no son tan así, por lo menos para mí y para muchas de las personas que me rodean y a las que acompaño.

Yo entré aquí a jugar fuerte, entré a jugar a lo bestia, de una forma muy poco respetuosa con mis ritmos. Entré a través del caminito de la autoexigencia, muy cabreada con el sistema que permite las desigualdades, y llegando rápido a la conclusión de que si no cambiaba yo no iba a cambiar nadie, poniéndome en el centro del huracán como buena narcisista que soy. De repente me vi exigiéndome de forma desmesurada cambios a los que no podía aspirar de la noche a la mañana o a los que, simplemente, nunca podré aspirar. Pero claro, si no lo hacía yo quien lo iba a hacer. Otra vez en el ojo del huracán.

El trauma

El feminismo fue un trauma como puede ser la entrada en la adolescencia. De repente estaba dentro de un cuerpo demasiado grande, enorme, casi monstruoso, turgencias y redondeces allá donde mirara. Tantas que no supe qué hacer con ellas. Fue como cuando piensas que cuando termines la carrera vas a encontrar un trabajo maravilloso, pero luego te das cuenta de que necesitas hacer un master y lo terminas y te enteras de que tienes que hacer unas prácticas porque no tienes experiencia en el sector y para colofón caes en la cuenta de que tienes que hacerte freelance o falso autónomo o algo de eso y que la precariedad te va a atravesar hasta que te mueras. Esto, entre otras muchísimas cosas, es el feminismo para mí. Unas pocas de ostias. Prefiero estas que las que me va a dar un sistema que no me hace hueco, eso también te lo digo.

Respetar los ritmos es cuidarse

Entramos fuerte con la razón y el cabreo y pronto nos hacemos cargo de todo, nos hacemos responsables de todos los cambios que tienen que generarse para que esto marche y en ocasiones no escuchamos lo que dice nuestro cuerpo. Nos convertimos en dos mitades relacionándose de una manera más obtusa imposible. Luchamos contra un sistema que da por hecho un montón de cosas que nosotras no queremos, contra un sistema que nos oprime y nos castigamos por no ir lo suficientemente rápido, lo suficientemente fuerte como para derribarlo ahora mismo. Exigencias de nuevo, siempre exigencias sobre cómo comportarnos, tantas que acabamos desconectadas de nuestro deseo, sea éste el que sea. Aceptar la dualidad que hay en todo nos ayuda a no castigarnos cuando la vivimos en nuestras carnes. Y en el tema feminista la dualidad se vive a lo bestia. Nos cuesta sobremanera aceptar sensaciones como los celos, las envidias, las rivalidades entre mujeres, las fantasías de salvación, incluso el deseo sexual. He tenido discusiones conmigo misma y con otras feministas sobre el deseo sexual: recuerdo una vez que se me echaron encima algunas personas diciéndome que hacía apología de la violación por defender el derecho de las mujeres a tener fantasías sexuales patriarcales como puede ser la fantasía de violación o dominación. El enorme cisma que experimentamos entre emociones y razón no sería tal si tuviéramos la certeza de que nuestras emociones, deseos y fantasías, van a ser legitimadas tanto por los demás como por nosotras mismas. Después de muchos años de darle vueltas a esto, me queda claro que, ya que el origen de las emociones y los deseos no es algo fácil de perseguir, sería mucho más sencillo hacerles directamente un hueco en nuestra conciencia sin tener necesariamente que llegar siempre a la comprensión de su germen. Cada una tiene sus puntitos flojos. A mí personalmente los temas que más flojera me producen son los cuidados.

Cuando me convierto en Cenicienta

El tema de los cuidados es como una enfermedad crónica, un parásito, una tenia que se hace grande de dentro a fuera y puede quedarse dormidita durante un tiempo pero tarde o temprano acaba despertando. El hecho de que seamos las mujeres las que nos hagamos cargo de los cuidados mayoritariamente es algo indiscutible. Cuando hablo de cuidados me refiero a cuidados emocionales y a cuidados domésticos. Y no estoy hablando necesariamente de que los hombres nos fuercen a llevar a cabo estos cuidados, que también, estoy hablando de cómo nos forzamos nosotras.

Durante muchísimos años me he creído libre de parásitos, he sentido que en ese terreno mis relaciones eran totalmente igualitarias. Nada más lejos de la realidad. Y no es que se me haya exigido ejercer más cuidados de los que ejercían mis parejas, es que la ausencia de los cuidados por parte de ellos genera un vacío que yo, como muchas mujeres nos hemos sentido obligadas a rellenar. Si la casa está hecha una mierda y nadie recoge llega un momento en el que yo me rindo y me pongo manos a la obra. ¿De qué trata todo esto, de dejar de cuidar, de dejar de rellenar ese vacío que se genera cuando los hombres no ejercen los cuidados que esperábamos o de que seamos todos los que rellenamos ese agujero? Está claro que los cuidarse mutuamente es imprescindible para la supervivencia, pero cuando nos dedicamos a hacerlo en exclusividad las mujeres acabamos muy quemadas.

La vuelta de tuerca es que soy una jodida maniática y si no recojo la casa no puedo estar tranquila porque siento que mi vida es un desastre y que no soy capaz de mantener un equilibrio, una armonía; y si recojo y me rindo ante mi pareja siento que estoy traicionando mis ideales, que estoy traicionando el feminismo y a todas las mujeres que andan en esto. Y algo dentro de mí dicta que tengo que ser coherente con mis principios. Al final tengo dentro a dos dictadoras relacionándose entre ellas como dos hooligans. Esto puede parecer una gilipollez, pero si empezamos a sumar nos hemos llevado tantas ostias que salimos arrastrándonos del campo de fútbol.

Hay fines de semana, por ejemplo, que me levanto con ganas de arreglar la casa y ponerla bonita, de arreglar las plantas, de poner flores, de cocinar mucho y cebar a todo aquel que tengo a mi alrededor. Pues me he descubierto castigándome por considerarlos todos ellos placeres patriarcales, me he visto acojonada por pensar que si me dejo llevar en ese sentido voy a acabar siendo una perfecta esposa americana años 50. Joder, sentirme culpable por hacer pasteles o llenar la casa de plantas es lo que me faltaba para terminar de perder la cabeza. A veces me quedo paralizada de miedo pensando que cuando más me acerco a mi ideal feminista, cuando más ejerzo el autocuidado y más exijo de mis parejas, cuando éstas son hombres, más me alejo de ellos. Una encrucijada tras otra. Aquí, una opción sería separarme para poder seguir el camino racional que he comenzado hasta sus últimas consecuencias. Pero separarme de quién, quizá para poder alcanzar la cima debería separarme del mundo entero que oprime, separarme de mí misma por opresora. Eso depende de cada una, pero no me queda más remedio que intentar respetarme y no pedir más de mí de lo que puedo dar, porque entre otras cosas no sé si la cima existe y porque no quiero estar sola.

Un respeto a nuestras bajezas, amigas

Quizá ejercer más cuidados, colocarnos del lado de la norma, nos hace sentir seguras en ocasiones, quizá, también, podamos utilizar esa seguridad de la norma como recurso, exactamente igual que utilizamos la norma para sentirnos seguras en muchos otros aspectos de nuestra vida, de cuando en cuando o de forma estratégica, siendo conscientes de lo que hay y de que no se puede recorrer un camino tan absolutamente complejo y largo y lleno de curvas y con hielo en la carretera en dos días. Yo no puedo evitar ponerme a cocinar cuando estoy necesitada de atención, busco los mejores platos, los más complicados y los que más les gustan a mis comensales, que por lo general, son mi familia para que me devuelvan una imagen valiosa de mí misma. Está claro que esto lo hago así por socialización de género y que puedo buscar otras maneras de encontrar esa validación en otros lugares. Pero mientras lo consigo, que esto no son dos días, me encantaría poder disfrutar de hacer ollas con 40 o 50 albóndigas para cebarme a mí y a todo el que se me ponga por delante.

 



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