Hace mucho que no uso Tinder, tanto que me parecía injusto sentarme a escribir cómo se nos va el pistacho con la app sin tener reciente la hostia de realidad que la acompaña. Así que en un impulso entre curioso y masoquista, decido pasarme el fin de semana chapoteando en el barrito del amor punto com. El fango en el que me he revolcado, mitad fascinada, mitad asqueada, tenía como ingrediente principal a hombres (me he encontrado muy pocas mujeres buscando mujeres en mi zona) y sus fotos de torsos en el cuarto de baño, fotos de torsos en la playa, primerísimos planos pixelados, fotos de señores que dicen que tienen 30 pero en realidad tienen 50 y, finalmente, algo que no llego a comprender: fotos de hombres con sus madres.
Por otro lado, y aquí viene lo importante, casi me hundo en las arenas movedizas de las biografías de los señores que insisten en: “No estoy aquí para perder el tiempo”, “Soy un hombre normal que busca una mujer normal”, “Estoy divorciado y no quiero mujeres que traigan mochilas del pasado”, “Solo personas con éxito”, “Busco mujeres sinceras que no sean bipolar”, “LOCAS NO”, “Abstenerse feministas”, “No a las que cuelgan puti fotos en Instagram”, “Fumadoras NO” y “Hakuna Matata”. Yo ahora mismo no estoy buscando pareja, pero este percal me ha hecho sentirme más sola que nunca.
La aplicación de citas Badoo acaba de publicar una investigación en la que se dice que 1 de cada 3 usuarios de dating apps confiesa haber sufrido ansiedad antes de conseguir una cita. Según el estudio, que se llevó a cabo con 5000 usuarios de la plataforma, el miedo más habitual en los hombres es el rechazo o la indiferencia y el de las mujeres que se vea mermada su seguridad en sí mismas. Nada nuevo. Ni conocer gente por Internet es un un fenómeno de rabiosa actualidad (ya lo hacíamos en los 90 con el IRC) ni el miedo al rechazo o a sentirnos insuficientes es algo que haya provocado Tinder.
Es cierto que uno de los mecanismos de estas aplicaciones, el reforzamiento variable, se puede convertir en un bucle infinito fuente de mucho desasosiego. El reforzamiento variable hace que esperemos continuamente una recompensa con la que contamos. Y es cierto que llega, por eso miramos mil veces el móvil esperando una notificación. El sistema de recompensa variable es mucho más difícil de extinguir que otros mecanismos de aprendizaje porque si la notificación, con su consecuente pinchacito de emoción, aparece a veces sí y a veces no, nuestra cabeza está siempre ready para una descarga de placer.
En Tinder este mecanismo es un quizá un poco más complejo porque cuando aparece la recompensa; léase, match, conversación de chat agradable o la posibilidad de una cita; nos sentimos deseables y cuando no lo hace quizá lleguemos a interpretar que nuestro nivel de deseabilidad se ha ido al carajo y detrás de él el concepto que tenemos de nosotros mismos.
El rechazo, por lo general, pega fuerte en la patata. Activa lo que llamamos dolor social, que es un mecanismo arcaico que hace saltar las alarmas cuando nos sentimos solos. En soledad somos más vulnerables mientras que en compañía nos sentimos más seguros ante cualquier peligro. El dolor social nos baja los humos de la autosuficiencia y nos indica que en solitario es difícil transitar por la vida, que necesitamos al grupo para sobrevivir. Y aunque esto no sea tan literal hoy en día como lo era en la antigüedad, cuando andar en soledad por el mundo te exponía a ser atacado por un depredador o morir de hambre y frío, ahora nos sentimos morir de tristeza y angustia cuando somos rechazados una y otra vez por la pantalla de nuestro móvil.
“Citarme por Tinder no me da ansiedad, sino todo lo que hay anteriomente. No gusto a mucha gente y menos a los hombres masc x masc, eso me inquieta. La ansiedad proviene del silencioso e inmenso rechazo dirigido contra mí, pero también es verdad que este filtro me ayuda a llevarme muy poquitas decepciones a la hora de estrechar lazos con la gente que trato online”. Esto es lo que siente Miguel a quien Tinder, además de para encontrar afectividad, sexo y cuidados, le ha servido para conocer a su compañera de vida y le ha mostrado con qué tipo de personas es compatible y de qué formas es atractivo para la gente.
Para Sara* de 29 años, Tinder ha sido un amigo inseparable durante mucho tiempo. “Tinder me ha dado cosas muy buenas y muy malas, como cualquier aspecto de la vida. Pero sí es cierto que después de mucho tiempo usándolo te das cuenta de que en épocas en las que te sientes débil o triste no es la mejor idea pasar todo el día pendiente de los match. Si las cosas en mi cabeza y en mi vida van bien puedo soportar que me hagan luz de gas, pero cuando estoy mal, ya sea porque estoy triste, estresada, porque he sufrido una ruptura o estoy premenstrual mal, estas cosas las vivo como una verdadera puñalada y acabo en una espiral de ansiedad pegada a la aplicación buscando alguien que me haga caso y así escapar de la sensación de que no valgo una mierda”.
Por otro lado y unido a esto del dolor social nos encontramos con gente que parece que lo tiene muy claro con respecto a lo que buscan. Hay listas de requisitos que debes cumplir para que empiecen a plantearse si podrían llegar a desearte. “no ser feminista”, “no ser una loca” y “no cargar con una mochila del pasado” son los que más flipada me han dejado. Me he quedado con la sensación de que estos señores lo que quieren es un trocito de carne, un agujero caliente que, además, les haga la comida. Nada nuevo bajo el horizonte pero que te lo den por escrito antes de tener la primera conversación me parece el colmo de la desfachatez.
Tengo la sensación de que estamos intentando reducir nuestro deseo a una lista de requisitos racionales y desproporcionados. Y amigos, los asuntos del querer no van por esas lindes. Parece que cuanto más se acerque la persona a la que voy a conocer al ideal que tengo en mi cabeza (ideal, por cierto, mediado por el sistema social en el que vivimos) más eficaz va a ser el match. Pero, ¿podemos medir en términos de eficacia nuestras relaciones personales? Parece que la tendencia es querer separar el trigo de la paja rapidito, sin mareos, que hay muchas cosas que hacer y muchas metas que alcanzar, no vaya a ser que se pierda el tiempo conociendo a esas locas feministas y fumadoras.
Tener ciertas prioridades claras cuando conocemos a alguien me parece totalmente legítimo. Yo quiero alguien que me respete y que se comprometa con los cuidados. Pero claro, una cosa es establecer unos mínimos en cuanto al tipo de relación que queremos y en cuanto a qué necesidades queremos que cubra ésta y otra cosa es intentar diseñar a medida algo que crees que va a ser perfecto para ti. Ahí solo te pueden llover ostias y de paso también a todo aquel que no se adapte a tu fantasía mercantilista de pareja perfecta.
Quizá el hecho de que haya tantísimas opciones entre las que elegir nos empuje a buscar unos parámetros concretos guiados por la fantasía de que si hay tanta cantidad seguro que hay algo mejor a lo que podemos aspirar. Esto nos mete de cabeza en la dinámica del atracón en la que nada nos sacia pero estamos ansiosos por seguir buscando algo realmente excelente.
Vivimos en un momento de la historia en el que se nos convence de que somos nosotros los únicos responsables del diseño de una vida impecable, que solo nosotros con nuestro empeño y nuestra capacidad de trabajo somos capaces de construir un barco perfecto sobre el que surcar los mares de una vida cojonuda. Obviamente esto es una patraña meritocrática, falsa por las cuatro esquinas, pero cierto es también que se trata de una creencia muy arraigada en nuestro imaginario. Por ello, lógicamente, cuando nos sentamos a elegir el menú de nuestra pareja perfecta nos sentimos perdidos y abrumados con las infinitas opciones que parecen ofrecer las aplicaciones de citas.
Ana, de 42 años dice: “Lo que más ansiedad me genera es la falta de tiempo para relacionarme y los cientos de opciones, los cientos de caras, los cientos de biografías que leo cada vez que abro la app. Luego, lo peor en mi caso, es lo difícil que resulta venderme en el mercado de Tinder con mi situación actual. Tengo más de 40 años, paso mucho más tiempo del que me gustaría en el trabajo para pagar una habitación en un piso compartido, que no está nada mal, pero al que me da vergüenza traer a mis citas porque no me parece un lugar lo suficientemente serio como para traer a un tío.
Se supone que con mi edad y profesión tendría que poder pagarme un piso para mí sola, pero no. Me gustaría encontrar a alguien con quien compartir, alguien que me cuide y a quien cuidar y me da la sensación de que en estas redes lo único que se hace es juzgarme por no estar donde debería estar según los estándares. Una vez quedé con un tío. Después de un café y una charla agradable subimos a mi casa, puso una cara de mierda pero aún así tuvimos relaciones y cuando terminamos me dijo que bajaba a comprar un litro de cerveza, se fue y no volvió. Como comprenderás me sentí como una verdadera mierda. Si te quieres ir dímelo, pero no me engañes”.
Lo que realmente nos genera ansiedad es la posibilidad de ser tratados irrespetuosamente, como mercancía. Nos genera ansiedad estar pasando un examen en el que hemos de cumplir con todos los requisitos que forman parte de la fantasía del primer flipado de turno y que si no lo logramos vamos a ser descartados sin ningún tipo de miramiento. Me pregunto cómo serían estas redes si las manejáramos con la conciencia de que hay alguien con deseos, expectativas y vulnerabilidades al otro lado de la pantalla.
Si por muchas ganas de atracón que nos genere su mecanismo consiguiéramos poner por delante el sentir del otro, comprometiéndonos con los cuidados de estas personas aunque aún no los conozcamos, sencillamente porque reconocemos que ellos también son gente. Me pregunto, también, cómo le irá al que dice que no quiere locas ni feministas, sólo mujeres “normales” y desde aquí le deseo, con todo el cariño de mi corazón, que no vuelva a catar hembra en lo que queda de siglo.
- Artículo original para VICE España
- Ilustración de Daniel Romero