Me da vergüenza admitir que no tengo amigos

10-febrero-2020


AMIGOS -


El verano pasado, después de subir el Stories número dos millones de mi pareja, mi perro y mi casa, llegó a mi cabeza una paranoia que me paralizó: joder, todo el día con la misma matraca la gente va a pensar que no tengo colegas. De repente una vergüenza abrumadora se me metió en el cuerpo y empezó a caer sobre mí un goteo incesante y muy irritante de pensamientos: yo quiero que la gente vea que sí tengo amigos. ¿Por qué estoy siempre en casa en lugar de estar por ahí con ellos? ¿Tendré que dedicarles más tiempo? ¿Dónde coño están mis amigos? ¿Dios mío será que ya no tengo amigos?

Al hilo de esta neura una amiga me explicaba en una conversación de Whatsapp cómo siente que hoy en día puedes seguir a un montón de gente en redes sociales cuyos posts hablan de lo mal que va su vida emocional, su trabajo, sus estudios o sus amoríos. Exponer ese abanico de miserias te puede convertir en una persona simpática y atraer la atención de los demás pero decir que no tienes amigos es como soltar esa broma en una fiesta en la que todo el mundo se queda callado porque te has pasado. Cuando terminamos de hablar me viene de nuevo la retahíla de preguntas a la cabeza y puedo sentir fuerte la tensión del miedo al rechazo, a la soledad. Es curioso como, por ejemplo, hay personas a las que he acompañado en consulta que han tardado meses en confesarme que se sienten solas, quizá por miedo a ser juzgadas.

El rechazo, o la sensación de estar fuera, generan dolor, un dolor parecido al sufrimiento físico al que denominamos dolor social. El dolor social se activa para que movamos el culo en busca de compañía porque, como sabemos desde que eramos primitivos, el peligro se vuelve mucho más accesible en soledad.

Y estar solo nunca ha dejado de ser peligroso: la soledad puede mermar la salud y aumentar el riesgo de mortalidad tanto como lo haría fumarte 15 cigarrillos diarios. Algo que deberíamos sabernos todos de memoria, gracias al auge del feminismo y del acento que este ha puesto en las redes afectivas y los cuidados. Durante los últimos años se nos ha repetido, como un mantra, la importancia de tener de tener vínculos que nos hagan sentir seguras y acompañadas para beneficio de nuestra salud física y mental. Y quizá sea esta la razón por la que nos cuesta tanto admitir que no tenemos amigos o no tenemos tantos como nos gustaría.

I* me cuenta que para ella siempre ha sido difícil hacer amigos y más aún hablar de ello abiertamente: “Es un tabú porque incluso yo, que soy torpísima y siempre digo sin querer lo que no se puede decir, nunca he cometido este error. Puedo no hacer proclamas grandilocuentes sobre la amistad, puedo decirte que la maternidad arrasa con la vida social, pero nunca diré como una característica definitoria mía que no tengo amigos, o que no tengo un buen núcleo de amigos porque eso te marca, eso no despierta simpatía, eso despierta sospecha en la gente, que se pregunta ‘¿a ésta qué le pasa?’”.

Nuestra lógica mercantilista hace que las redes afectivas y sociales se conviertan en un bien que te hace cotizar en el mercado. Tantos colegas tienes, tanto vales; más cool son tus colegas, más arriba estás en la pirámide social: “No sé cómo se puntúa o como se cotiza como amiga. Y digo cotiza porque esos son los términos con los que he acabado viendo el tema; como que tú vales algo en el mercado y en función de eso se te acerca la gente más o menos de tu valor o un poquito por debajo, para que tú los revalorices, o un poquito por encima porque algo de ti les llama la atención pero tampoco les obligas rebajar mucho su status” continua I.

Esta lógica de tanto tienes tanto vales hace que lleguemos a creer que nuestro valor real como persona depende de este tipo de haberes. Capitalizamos nuestros amigos y su estatus como si fueran posesiones. Y así, cuando pasamos por una época en la que los amigos no abundan o directamente no existen, sentimos que el problema reside en nuestra falta de valor; sentimos que algo raro nos pasa, que nadie nos quiere porque no somos suficientemente valiosos.

“No entiendo cómo se puntúa porque llevo toda la vida dando bandazos probándome trajes a ver cuál me quedaba mejor. He probado a ser la más divertida, a ser la más listita, la más cínica y lo que parece funcionar con los demás a mí no me funciona. El método que he usado más a menudo es el de ser muy generosa, pero no ha funcionado nada bien, porque cuando el nivel de generosidad baja por lo que sea la amistad se acaba. Siento que soy absolutamente prescindible”.

Desde los feminismos, vale la pena insistir, se hace muchísimo hincapié en vincularnos, comprometernos y dejarnos afectar por esos vínculos. Y pese a que sabemos que esto es necesario para deshacernos del individualismo imperante que tanto daño nos ha hecho, no por ello nos resulta más sencillo. Y en muchas ocasiones hasta se nos hace bola.

Rosa, activista y estudiante de Derecho y Ciencias Políticas, cuenta como para ella los ritmos frenéticos que manejamos o el hecho de tener que emigrar para encontrar trabajo, hacen que soñar con una red afectiva fuerte con la que soportar los envites de la vida no sea siempre lo más realista: “Me genera muchas contradicciones ideológicas ver cómo hablamos continuamente de la red afectiva pero que pese a ser la opción correcta para mí, no es nada sencillo. A veces miras a tu alrededor y ves que por H o por B ese grupo de amigos no está o está muriendo y parece que nunca más vayas a poder resistir al sistema”.

Sobre este tema del compromiso como arma de lucha contra el sistema, la filósofa Marina Garcés dice: “Comprometerse es, en el fondo, dejarse comprometer, dejarse poner en un compromiso. Eso quiere decir romper barreras de inmunidad, renunciar a la libertad clientelista de entrar y salir con indiferencia del mundo como si fuese un supermercado o una página web. Quiere decir dejarse afectar, dejarse tocar, dejarse interpelar, saberse requerido, verse concernido. Entrar en espacios de vida en los que no podemos aspirar a controlarlo todo, implicarnos en situaciones que nos exceden y que nos exigen inventar nuevas respuestas que tal vez no tendremos y que seguro que no nos dejarán igual. Todo compromiso es una transformación forzosa y de resultados no garantizados”.

Obviamente, el camino para muchas de nosotras pasa por aquí. Idealmente, sería maravilloso tener siempre las agallas para dejarse comprometer, pero qué pasa cuando por un motivo u otro se nos complican las formas y no llegamos. Entonces sentimos que además no damos la talla como feministas, como activistas o simplemente como amigas.

Sol, de 33 años, nos cuenta cómo se siente tras una ruptura con su grupo de amigos: “Hace un par de años mi vida social sufrió una gran quiebra por una mudanza y una serie de problemas emocionales. Desde entonces me siento una impostora en el planeta feminismo. Siento que al no tener lazos significativos mi posición en el movimiento feminista es mucho menos válida. No tengo fuerzas para volver a empezar y aunque las tuviera siento que no sabría cómo hacerlo ahora que ya no tengo 20 años. Además me da tanta vergüenza haber perdido a muchos de mis amigos y no tener gente con la que quedar habitualmente que es un tema que nunca abordo, ni siquiera con mi psicóloga, así que aquí estoy encerrada en una espiral de soledad, haciendo como si no hubiera pasado nada y estuviera muy satisfecha con mi vida, sintiéndome más impostora y más incapaz que nunca”.

Personalmente, desde mi faceta como activista, leo y escucho y escribo mucho sobre los lazos afectivos y el compromiso, pero en la consulta escucho demasiadas historias de soledad como para ignorar que el hecho de vincularse se ha convertido en algo muy complicado: por un lado se mueve nuestra necesidad biológica y psicológica de tener un grupo de referencia. Por otro la socialización está totalmente mercantilizada y la dinámica neoliberal pone en juego todos nuestras inquietudes sobre si seremos suficiente o no; se mueven miedos y sensaciones de insuficiencia que nos paralizan.

Por otro lado nos exigimos, como buenas ciudadanas que deseamos un mundo mejor, ser más comprometidas con nuestro entorno y red afectiva. Exigencias contra miedos, ideas contra emociones, una vez más. Quizá sea necesario plantearse qué está pasando para que tantas personas se sientan en soledad (según datos de la Fundación La Caixa un 20% de la población española entre 20 y 40 años se encuentra en riesgo de aislamiento por soledad) y que comencemos a hacer un poquito de striptease con las dificultades que experimentamos a la hora de relacionarnos. Porque, amiga, esto no nos pasa solo a ti y a mí. Esto, desgraciadamente, es un edificio construido con pilares bien fortotes que nos va a costar bastante tirar abajo.



Compartir: