Deja de pensar que la ansiedad tiene soluciones mágicas

27-mayo-2019


Ilustración de Teresa Cano para Vice España - Ilustración de Teresa Cano para Vice España


Artículo publicado originalmente en Vice España.

Tecleo en mi buscador: “Cómo calmar la ansiedad” y me aparecen 7.800.000 resultados. Ya desde la primera página me encuentro con esta mandanga:

  • Cómo calmar la ansiedad ahora mismo (8 técnicas)
  • El sencillo truco para calmar la ansiedad en pocos segundos
  • Cómo controlar la ansiedad con 4 técnicas eficaces
  • 10 pasos para calmar la ansiedad y alcanzar la serenidad
  • 10 formas efectivas de calmar la ansiedad
  • 18 remedios naturales para calmar la ansiedad

Me encantaría poder utilizar todos estos trucos efectivos y que mi angustia se evaporara, pero hay días que lo único que me calma es fumar muchos cigarros y clavarme un poco las uñitas en la palma de la mano. Ninguno de mis trucos aparece recomendado por las páginas que Google me muestra.

Pocos de los trucos que sí me recomiendan conseguirían relajarme. Sigo avanzando en la búsqueda y me hago a la idea de que los casi ocho millones de resultados restantes deben de ser todos del mismo padre. Me cuesta entender, a estas alturas de la película, que con tanto truco infalible se estén registrando los niveles más altos de angustia de todos los tiempos. Según la OMS en el año 2017 los trastornos de ansiedad afectaban al 4,1% de la población mundial.

El siguiente paso lógico, según mi estricto y muy científico protocolo de recogida de información, es hacer una encuesta en Instagram y preguntarle a la peña qué les ayuda a calmarse cuando están en sus horas más oscuras. Recibo 72 respuestas a la encuesta y 23 mensajes privados de personas que comparten conmigo sus trucos para aplacar a la bestia. Entre los mensajes hay de todo, desde la masturbación hasta las autolesiones pasando por Britney Spears. Me quedo con algunos de ellos y sigo preguntando con más detalle sobre estas formas de regulación emocional.

La regulación emocional es la manera que tenemos los seres humanos de modular, sostener o provocar emociones. No es algo que hagamos sólo cuando nos encontramos mal. Pasamos gran parte del día generando emociones y estados de ánimo, modulándolos, evitándolos o intentando mantenerlos.

No son aún ni las 10 de la mañana y más de la mitad de las cosas que he hecho tenían como meta regularme emocionalmente: mirar Instagram nada más suena el despertador para evadir un ratito más la realidad; hacer yoga para sentirme menos neurótica; tomar café para ponerme a tope y hacer un planning del día que luego no cumplo pero que me hace sentir mejor persona. Todas ellas son formas de regulación válidas que utilizo, por lo general, de forma automática en un día cualquiera en el que las cosas no van especialmente mal. Cuando estamos verdaderamente jodidos la regulación es capaz de apoderarse de todo.

Desde el mainstream de la psicología se nos habla de métodos de regulación eficaces y métodos que es mejor no tocar ni con un palo; normalmente dividiendo entre estrategias de resolución y estrategias de evitación o negación. Estas últimas son las que se considerarían el juguete del diablo.

Pero lo cierto es que no se puede estar siempre afrontando y resolviendo problemas. La guerra total a la debilidad no es realista. Hay ocasiones en las que nos resulta sencillamente imposible porque, oye, no todo es cuestión de voluntad y nuestros recursos son limitados. El afrontamiento perpetuo es agotador y no lo soporta ni el más fuerte de nuestros psiquismos.

Por suerte para nosotros nuestro cerebro dispone de un mecanismo de atención selectiva y nos permite escoger a cuales de entre nuestros estímulos vamos a dedicar una atención prioritaria. Imagínate dando la cara, de forma simultánea, a algún que otro trauma de la infancia, a las dificultades en tu relación de pareja, que como casi todas no va del todo bien o todo lo bien que a ti te gustaría, al hecho de que tu curro es una mierda y no se respeta ni una coma de tu contrato, a que es día 10 y ya no tienes un pavo en la cuenta, a que tienes una colega con la que no puedes hablar porque solo sabe hablar de ella y también, por qué no, a que estás un poquito obsesionada con tu compañera de trabajo a la que no paras de stalkear en redes sociales. ¿Cómo lo ves? Pues mira, quizá puedes negar o evitar alguno un ratito más y ocuparte de afrontar los asuntos que consideres más urgentes.

Cuando conseguimos afrontar los problemas y estos quedan atrás es pura magia liberadora. Pero no siempre es así, los problemas no siempre tienen solución, o no siempre tenemos las fuerzas, el apoyo o la estructura necesaria para resolverlos con éxito. Cuando los vientos no soplan a nuestro favor hacemos lo que podemos para soportar la realidad que nos toca. Es importante que lo tengamos claro; es importante para no acabar pensando que somos unos mierdas por no conseguir solucionar, con una sonrisa en la boca, todos los rompecabezas que la existencia nos plantea.

“Necesité mucho tiempo para entender y aceptar que buscaba chutes de preocupaciones y broncas para no encontrarme de frente con problemas que me superaban”, comenta Aitana*,de 35 años. “En el momento no me daba cuenta de que lo que estaba haciendo era evitar un marrón emocional que me superaba”. Aitana explica cómo en una época en la que estaba trabajando en terapia una situación de abuso sexual en la infancia pasaba por fases en las que se enfrascaba en verdaderas guerras con su pareja.

“Las discusiones brutales con mi novio hacían que toda mi atención se pusiera ahí, en la guerra, y el tema del abuso desaparecía por completo del mapa, de repente había algo muy urgente: solucionar la posibilidad de una ruptura. A toro pasado pude darme cuenta de que era yo la que empezaba estas batallas para evitar, aunque fuera durante un rato, el dolor tan insoportable que me provocaba haber sido víctima de abusos. Entraba en sus redes sociales y buscaba interacciones de él con otras chicas que pudieran servir de pistoletazo para provocarme ataques de celos. Luego iba a pedirle explicaciones y comenzaba la bronca en la que me sentía como una mierda pero mantenía mi atención centrada ahí, en aquel lugar y aquel momento. Desde que elaboré con mi psicóloga el tema del abuso no he vuelto a provocarme un ataque de celos”.

Es una simplificación dañina decir que los problemas hay que afrontarlos a toda costa, que debemos ser valientes. Puede ocurrir que sea nuestro psiquismo el que marque el ritmo de forma inconsciente y hasta que no tengamos herramientas o una estructura sobre la que apoyarnos no nos dará el chance necesario para afrontarlos: “Cuando le lloré a mi psicóloga por haber perdido tanto tiempo discutiendo y haberle dado tantos quebraderos de cabeza a mi pareja me dijo que esa había sido la única salida que había encontrado para enfrentar mi trauma; que yo necesitaba tiempo y mi forma de ganarlo había sido esa, aunque esos broncas dolieran y mucho”, termina Aitana.

Las formas de regulación son tantas como personas tiene el mundo y situaciones la vida, unas son más adaptativas que otras pero todas cumplen su función, si no fuese así las desecharíamos. Hay estrategias que son útiles en un momento determinado pero más tarde se convierten en problemáticas. Es importante que pensemos sobre el tema. Si no reflexionamos sobre esto, que tanto tiempo ocupa y tanta energía consume, corremos el peligro de acabar regulándonos con lo primero que pillemos y que estos métodos se nos vayan de las manos.

El dolor físico también puede resultar una escapatoria. Como escribe la poetisa Virginia Aguilar Bautista: “Muy pocas cosas / hacen más compañía / que un dolor leve” y muchas de las respuestas que he recibido en redes sociales han ido por estos derroteros: Desde clavarse las uñas en los muslos, abofetearse, arrancarse mechoncitos de pelo, pegarse en la cabeza o cortarse. “El dolor también es una forma de estar en el presente” dice el artista Monoperro.

“El dolor es una forma de calmarme rápida y potente hasta tal punto que puede ser bastante adictivo”, comenta Ana. “Cuando era adolescente me clavaba las uñas en los antebrazos y era como un empujón a la realidad que me sacaba de mis pensamientos y me devolvía al mundo material. Lo hacía suave, ni siquiera dejaba marca, era como cuando te pellizcas para saber si lo que estás viviendo es real. Esa época pasó y sólo lo hacía muy de tanto en tanto cuando estaba muy agobiada, pero llegó una temporada difícil y la cosa empezó a irse de madre”.

Dentro de este mundo hay muchos grados y cuando las autolesiones se nos van de las manos es evidente que son síntoma de algo mucho más profundo que no podemos sostener; señal de que quizá sea el momento de pedir ayuda. “El médico de cabecera de mi pueblo me propuso hacer algún tipo de deporte extremo cuando le conté con miedo que mis heridas eran cada vez más frecuentes y más profundas. Al principio no le eché cuentas a lo que me dijo, me pareció una gilipollez, pero más tarde, cuando lo traté en terapia, mi psicólogo y yo decidimos empezamos a utilizar el deporte como apoyo para dejar de cortarme. Ahora hago crossfit que también me conecta con el cuerpo y a veces duele una barbaridad. Parece que esta forma de dolor está más aceptada socialmente y no me hace sentir mal después. La culpabilidad era casi peor que la angustia que me llevaba a cortarme”.

La culpa siempre nos pegará más fuerte cuando nuestra manera de regularnos carezca de aceptación social o cuando las secuelas sean demasiado negativas como para justificar el precio de la distracción que intentamos conseguir. No es descabellado pensar que, buscando calmarnos, seamos capaces de generarmos dolores o cargos de conciencia que nos vuelvan a alterar, en una especie de círculo vicioso que conviene intentar evitar.

Lo ideal sería poder pasarnos las convenciones sociales por el arco del triunfo, elegir métodos que sean útiles para nosotros y cuyas consecuencias podamos asumir; descubrir qué es lo que subyace debajo, qué es lo que estos nos aportan y por qué consigue calmarnos. Sólo así podremos plantar cara a nuestros problemas cuando llegue el momento de hacerlo.

Los métodos que resultan aceptables para nuestro entorno no tienen por qué valer lo mismo para nosotros; sólo son las soluciones que más fácil le resulta digerir al sistema del que formamos parte: irse de compras de forma compulsiva, tener el armario y la casa llena de cosas que no nos hacen falta está muy bien visto, juega incluso a favor de tu status social cuando tú, en realidad, lo único que pretendes es calmar tu angustia quemando dinero a base de tarjetazos.

Es preciso analizar la función y las consecuencias de nuestros reguladores; evaluar qué nos aportan y qué nos quitan, para poder decidir si nos conviene seguir usándolos teniendo en cuenta esa relación de pérdidas y beneficios: los nuestros. Si dejamos a un lado los jucios de valor, los que a priori nos hacen sentir que algo está bien o mal sencillamente por la visión con la que es percibido desde fuera, quizás consigamos que nuestras vidas sean más sencillas.

“Las conversaciones sobre el suicidio siguen siendo un tabú; no vivimos en un lugar en el que esté bien visto decir que te quieres morir”, dice la artista queer Claudia Bicharraca. Cuenta ella cómo ha pasado por momentos en los que poder decir que estaba tan harta como para no querer seguir viviendo era clave para explicar lo que sentía. Claudia describe la incomodidad que siente cada vez que saca el tema delante de amigos o familiares, quienes acostumbran a censurarla por hablar de ello.

Para María pensar en el suicidio es equivalente a pensar en su no suicidio: “Planeo mis posibles suicidios 147 veces. Cuando siento que no puedo más pienso de qué maneras podría quitarme la vida, qué opciones tengo, empezando por las más dolorosas hasta las más eficaces e indoloras. Por cada forma de suicidio pienso en qué me gustaría hacer antes de morir: vivir en diferentes lugares, aprender a tocar un instrumento, tener un huerto. Al final acabo pensando que antes de abandonar mi vida por completo quiero hacer algunas de estas cosas así que acabo pensando en mi posible no suicidio.

Es necesario poder entablar conversaciones en torno a las maneras que encontramos de calmarnos, sin ponerlas inmediatamente en tela de juicio. Necesitamos poner en común tanto lo que nos hace sufrir y como los modos en que nos enfrentamos a ello. La regulación emocional ocupa un altísimo porcentaje del tiempo en nuestras vidas pero evitamos sacarla a la luz lo ponerla encima de la mesa porque vivimos avergonzados de nuestra propia debilidad porque la debilidad, que compartimos todos, está mal vista.

Necesitamos, porque nos faltan, espacios seguros en los que se nos escuche y no seamos criticados por defecto. A nadie el extrañaría, si no lo hacemos, que acabemos con la tarjeta de crédito pelada, muertos de culpabilidad y devotos del primer gurú que nos cuente cómo calmar nuestra angustia en tan solo 10 segundos, de camino al nirvana en diez sencillos pasos, todo en una sola y muy productiva mañana.



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