Escribo mientras me tomo un café descafeinado americano con stevia. Me vengo tomando 3 ó 4 al día, dependiendo de las neuras y miedos que me acechen. Hago esto porque estoy a régimen desde principios de año y ya no puedo comerme todo lo que se me ponga por delante cuando estoy nerviosa que era mi vicio principal desde hace algunos, muchos años. Ahora fumo y bebo café descafeinado. Un vicio por otro. Y próximamente, si consigo dejar de fumar, tendré que sustituir el tabaco. A ver que soy capaz de encontrar.
El vicio
Y es que me mueva en los ambientes que me mueva y pregunte a quien pregunte, ya sea en consulta, con amigos de diferentes ámbitos o familiares, no puedo sino llegar a la conclusión de que todos estamos enganchados a muchas, pero muchas cosas. Unas nos hacen más daño que bien y otras más bien que daño. Hay épocas en las que los vicios están más pronunciados y nos roban parte del resto de nuestra vida y hay otras épocas en las que podemos compaginarlos con nuestras existencia de forma más armoniosa. Pero al final lo que intentamos con estos vicios es regularnos. Regular nuestra psique y nuestra presencia en el mundo, junto a los otros y con nosotras mismas a través de cosas, personas, sensaciones, etc.
Para que quede claro, estoy hablando de todo tipo de enganches; a drogas legales o ilegales, enganches afectivos. Estoy hablando de comida, de morderse las uñas, de beber cerveza al sol, de la dieta sana, de deporte. Estoy hablando de procrastinación, de mirar perfiles de facebook que nos hacen daño, de nostalgia, de sexo, de compañía, de trabajo… De todo aquello que de alguna manera tenemos a mano para ayudarnos a pasar por malos momentos y que poco a poco se convierte en imprescindible en nuestra forma de transitar la vida.Y es que así expresado parecen más herramientas que vicios. Y es que yo en ocasiones no sé muy bien dónde está la diferencia.
Fantasía de autosuficiencia
Vivimos aferrados a la máxima de la independencia, de la autosuficiencia. Esta mañana leía un artículo escrito por un psiquiatra que decía que gozar de buena “salud mental” se basaba en cosas como ser precisos sin ser obsesivos, desconfiadas pero no paranoides, seguros sin ser narcisistas, emotivas pero no histéricas, aguerridas sin ser antisociales. Pues bien, este es el ideal al que nos enfrentamos y a mí me queda bastante claro que aquí no hay hueco para nada real.
Las dependencias son reales, lo son y mucho. Me gusta imaginarme nuestra existencia como si estuviéramos llenas de pequeños huecos que vamos rellenando con cosas que nos hacen sentir mejor. Algunos de esos huecos están hechos de miedo, otros de incertidumbres, frustraciones, rabia, aburrimiento y ve tú a saber qué más. Según nos vamos desarrollando, la regulación que ejercían nuestros padres cuando éramos muy pequeños la vamos sustituyendo por cualquier cosa que nos haga sentir en paz.
Vivir para regularse
Y es que la necesidad de regulación es real y poco nos hablan de ella. A mí nunca me hablaron de los vacíos hasta que empecé a hacer psicoterapia. Nunca me dijeron que mis hábitos más o menos sanos, mis adicciones o mis vicios, tenían una función reguladora, podían ejercer de herramientas. Y así he pasado más de media vida castigándome por ellos. No voy a hacer, ni mucho menos, apología de las adicciones, pero tampoco voy a demonizarlas y presentarlas, hipócritamente, como algo que te roba necesariamente la voluntad. Creo que más bien el trabajo está en ver qué función cumplen para cada persona e intentar sustituirlas por alguna herramienta menos dañina. Ese es el trabajo que a mí me gusta hacer en consulta.
Creo firmemente en darle un espacio a esta parte que tan poco nos gusta de nuestra existencia: al hecho de rellenar huecos. Si me hubieran explicado de pequeña que estas ansiedades y miedos que nos acechan desde que empezamos a desarrollarnos son habituales para todos y que hay determinadas cosas que te ayudan a transitarlos, podría haber trazado un plan para aprender a regularme de forma un poquito más efectiva sin tener que pasar por tantos y tantos vicios destructivos.
Una cosa es cuando una sustancia o hábito ocupa tanto hueco en tu vida que te impide vivir de forma satisfactoria y guardar un contacto más o menos efectivo con la realidad. Estoy de acuerdo que ese es el momento de meterse ahí de cabeza para solucionar la situación y colocarnos en un lugar que nos permita seguir adelante.
Vivir para castigarse
Otra cosa es el castigo continuo que nos infligimos por vicios que buenamente podrían denominarse herramientas. Estoy hablando por ejemplo de buscar compañía porque no soportamos estar solos. Estoy hablando de comer de más porque estamos atravesando momentos de ansiedad. De fumar como un carretero de los nervios que tienes. Estoy hablando también de salir de noche y ponerte fina porque estás transitando un duelo, de refugiarte en la nostalgia o en la fantasía porque estás pasando un momento aburrido en tu trabajo… Pueden ser herramientas más o menos efectivas pero la función de regulación momentánea la ejercen. Lo que estaría bien es ver es si son sostenibles a largo plazo: qué nos dan y qué nos roban.
No hay nada más narcisista que pensar que todo debe funcionar conforme a un ideal establecido, incluidas nosotras. Por mucho que queramos ser independientes y autosuficientes, que lo somos en muchos sentidos, necesitamos de determinadas herramientas para gestionar sentimientos y momentos, eso es innegable. ¿Para qué pensar que todos los vicios nos roban la voluntad si muchas veces son precisamente éstos los que nos ayudan a transitar la realidad? ¿Por qué no ir ajustando estos vicios a nuestras necesidades como seres completos?