Por qué España necesita una salud mental feminista

08-febrero-2019


Carla Sánchez - Carla Sánchez Imagen de Carla Sánchez


Queremos terapeutas que sean capaces de ver en nosotras algo más que unas fierecillas indomables.


Hace poco he vuelto a ver Mad Men y casi me explota la cabeza. No recordaba cuando en la primera temporada Betty acude a la consulta de un psiquiatra por un problema psicosomático. Así, la Grace Kelly de los suburbios comienza sus sesiones con un señor altivo y prepotente que la trata como si fuera una niña caprichosa de ocho años, una pequeña fierecilla a la que hubiera que domar. Después de cada encuentro, su marido, Don Draper, se encierra en el despacho de su idílica casa con jardín y llama al psiquiatra para que le dé el parte de la chiquilla, con la naturalidad de quien se come unos torreznos con los colegas.

Esto, desgraciadamente no es algo del pasado. Que llamen a tu marido para tenerlo al tanto, en caso de que lo tengas sí, gracias a las diosas y a todas las mujeres que lucharon y luchan por nuestros derechos. Pero hoy en día también nos encontramos con dinámicas condenadamente machistas y paternalistas en las consultas de los psicólogos y psiquiatras. A veces son sutiles y otras como un martillazo en la sien.

Para escribir este artículo he hablado con un buen puñado de mujeres feministas que han sido conscientes, si no en el mismo momento, ya pasado un tiempo, de que el trato recibido en la consulta no estaba exento de juicio.

Como en el caso de Alba, una chica que fue a terapia sumida en una relación de maltrato. Su terapeuta animaba a Alba a seguir con la relación a ritmo de: “A ver, todos podemos tener un mal vino”, “se nota que te quiere, eso no lo puedes dejar pasar” o “si no lo intentas hasta el final nunca sabrás si te has perdido algo bueno”. Vamos a ver, no hace falta ser un adalid del feminismo para llevarse las manos a la cabeza, esto se estudia en primero de sentido común. Justificar una situación de maltrato desde el trono de psicólogo es algo muy grave y peligroso, una verdadera aberración.

Mari Carmen también acudió a terapia víctima de la violencia de género. En un momento dado el psicólogo le hizo un test para medir su conducta de riesgo. Manifestaba el señor sus sospechas de que fuera ella la responsable de haberse metido en el cenagal de los malos tratos por sus propias tendencias autodestructivas. En el caso de Silvia, después de confesar un episodio de abuso sexual, su terapeuta le dijo: “Pero a ver, que eso no es una violación. Una violación es cuando un desconocido te asalta en un parque. Él era tu pareja, ¿no?”. Y en la misma línea, Amanda recuerda enfadada cuando contó a su psicólogo una agresión sexual de la que había sido víctima y este le preguntó el por qué de esa tendencia a exponerse al peligro.

Negligencias como estas pueden llevarnos a dejar la terapia sin apoyo ni comprensión, con nuestros problemas sin resolver e incluso agravados, y con poca o ninguna gana de volver a pedir ayuda. Es de cajón que los profesionales, además tener estudiado lo que pasa en la psique, sepamos dejar aparcados nuestros prejuicios en casa. Es importante también que tengamos conocimientos y herramientas que nos permitan analizar la realidad a nivel social, cultural y político.

Sara recuerda su experiencia con un terapeuta con el que trabajaba sus problemas de ansiedad: “Era la primera vez que iba a consulta. Se trataba de un hombre progre de izquierdas, muy paternalista, que hablaba durante la mayor parte de la sesión. Siempre salía de la consulta con la sensación de no haber tratado lo que quería tratar. Luego, cuando he ido a otros expertos, me he dado cuenta de que las cosas no funcionan así. Me cuestionaba muchísimo. Yo por esa época era vegetariana y en las sesiones de grupo ponía en cuestión mi decisión delante de otras personas. Eso ni siquiera tenía que ver con el motivo de consulta. La situación era superviolenta. En otra sesión cuando le hablé con orgullo de mi relación poliamorosa me volvió a confrontar haciéndome preguntas como: “¿Por qué te gusta tanto que te hagan caso?” o “¿Por qué tienes tantas ganas de acostarte con otros tíos?”. Esto me hizo sentir como una mierda, muy culpabilizada, y entonces decidí no volver”.

Ana cuenta, algo irritada, cómo durante una terapia de pareja se sentía infantilizada sistemáticamente cuando la terapeuta le daba, siempre, la razón a su marido. Se sentía regañada y castigada en la consulta, entre otras cosas por cómo ejercía su papel de madre: “Cuando hablaba de esta sensación en terapia se interpretaba como paranoia y desconfianza por mi parte, me sentía juzgada y culpabilizada. ¿Por qué no se indagó en esa sensación en lugar de culparme por ello y desestimarme?”.

Gracias al auge del feminismo podemos entrever las vigas que sostienen una estructura social desigual, para sacar estos desvaríos a la luz y poder así mandar a estos personajes a esparragar. El feminismo sirve, también, como herramienta de análisis de la realidad. Gracias a él muchas mujeres hemos sido conscientes de cómo la construcción de nuestro sufrimiento interno está en parte determinada por ciertos malestares externos como la desigualdad, la violencia o el machismo.

La psicoterapia, cuando está atravesada por la perspectiva feminista, contiene un marco interpretativo más amplio, en él se tendrán en cuenta los procesos sociales, políticos e históricos en los que están inmersas las personas que acuden a consulta. Ana reflexiona sobre aquella terapia de pareja: “Diez años después se han empezado a caer las fichas una a una y mi cerebro se ha descontracturado gracias a un feminismo consciente y militante. Con toda honestidad, creo que el feminismo es la herramienta más liberadora para entender que hay muros muy difíciles de derribar, que hay respuestas que ya no nos sirven”.

Bruno Cimiano Matilla es terapeuta trans*. Trabaja en Barcelona y a distancia desde el modelo Gestalt, con una perspectiva feminista y enfoque corporal. Bruno habla para este artículo sobre cómo afecta la perspectiva de género a su trabajo: “Siento que soy la herramienta o una de las herramientas para mejorar la salud de quien acompaño. Mi persona pasa de ese modo a ser uno de los instrumentos mediante los que accede al conocimiento de sí mismx y al camino de la «salud mental» (sea lo que sea que eso signifique). Mi persona vive y percibe la vida con la perspectiva de género incorporada, de modo que la pongo en juego en la propia terapia; es una capa del cristal con el que miro la realidad. Desde ahí, quien consulta puede coincidir o no. Podemos ahondar en ese contenido a la hora de mirar de cerca quién es y sus vivencias, o sólo nombrarlo de pasada. No es algo rígido, tiene que ver con cada detalle y momento del proceso que acompaño”. Además, opina: “La perspectiva que ponga sobre la mesa la raza, clase, las capacidades y la interseccionalidad de nuestras vivencias es igualmente necesaria en esto de explicarnos quiénes somos dentro de nuestro contexto social y político”.

Cuando la terapia, independientemente del modelo terapéutico elegido, está atravesada por el feminismo, se entiende que han de cumplirse ciertos requisitos que garanticen un análisis más profundo de nuestra realidad: se reconocen, por ejemplo, las diferentes opresiones a nivel sexo, género, orientación sexual, raza, clase, etc., teniendo en cuenta las relaciones de poder que conllevan y sus implicaciones psicológicas. Y se tiene en cuenta, por supuesto, que la ciencia no está exenta de androcentrismo y que no sería la primera vez que se consideran patológicos temas como la homosexualidad o la transexualidad.

De los testimonios anteriores, además de las ganas que nos han entrado a todas de cortar cabezas, se deduce la importancia de encontrar profesionales cuyo juicio implacable no rezume paternalismo y obcecación; profesionales que tengan a mano una caja de herramientas lo suficientemente amplia como para que quepan diferentes visiones del mundo que nos rodea. Queremos terapeutas que sean capaces de ver en nosotras algo más que unas fierecillas indomables. Porque, queridas, ¿qué hubiera pasado con Betty Draper de haberse tumbado en el diván de una psiquiatra feminista?

Este artículo ha sido publicado originalmente en Vice España



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